Otto Hahn (1879–1968) fue una de las figuras más decisivas en la historia de la ciencia moderna. Aunque su nombre no suele aparecer con tanta fuerza como el de Einstein o Curie, su trabajo transformó silenciosamente el curso del siglo XX. Hahn fue el químico alemán que logró identificar la fisión nuclear, el proceso mediante el cual un núcleo atómico pesado —como el uranio— se divide en fragmentos más ligeros liberando una enorme cantidad de energía. El hallazgo cambió para siempre la física, la química, la política mundial y la comprensión de la materia misma.
Hahn nació en Fráncfort y, desde temprano, se interesó por la química orgánica. Sin embargo, al ingresar como investigador en el laboratorio de William Ramsay en Londres y luego trabajar con Ernest Rutherford en Canadá, quedó cautivado por los misterios de la radiactividad, un campo apenas emergente. Durante su carrera desarrolló múltiples métodos para la separación de isótopos y la identificación de elementos radiactivos, lo que lo convirtió en un referente en química nuclear antes de que el término existiera formalmente.
Su logro más famoso llegó en 1938, en Berlín, junto con Fritz Strassmann. Mientras bombardeaban uranio con neutrones —siguiendo una línea de experimentos que muchos científicos creían que produciría elementos “superpesados”— encontraron algo inesperado: el residuo químico era bario, un elemento mucho más ligero que el uranio. Los datos no encajaban con ninguna teoría existente. Fue Lise Meitner, física teórica y colega inseparable de Hahn (exiliada por el nazismo en ese momento), quien interpretó el hallazgo: el núcleo del uranio se había partido en dos. Había ocurrido fisión nuclear.
Aunque Hahn recibió en solitario el Premio Nobel de Química en 1944, la comunidad científica reconoce hoy que este descubrimiento fue inseparable del trabajo de Meitner. Aun así, su contribución técnica y experimental fue decisiva: sin la meticulosa química de Hahn, no habría habido fenómeno que explicar. El descubrimiento abrió la puerta tanto a los reactores nucleares como a las armas atómicas, lo que atormentó profundamente a Hahn. Tras la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un firme defensor del control internacional de la energía nuclear y del uso pacífico de la ciencia.
En su vejez fue un símbolo de conciencia científica: advertía sobre los peligros del poder atómico, recordando que los descubrimientos más revolucionarios pueden también convertirse en los más terribles si se sueltan en manos equivocadas. Otto Hahn murió en 1968, pero su legado continúa vivo: la fisión nuclear sigue siendo una de las fuerzas energéticas más poderosas conocidas por la humanidad, y su descubrimiento marcó el inicio de la era nuclear.
Su obra es un recordatorio de que la ciencia, en su capacidad de revelar los secretos de la materia, también revela nuestras propias tensiones éticas. Hahn abrió una puerta gigantesca; qué hacemos con lo que hay detrás es una responsabilidad que aún nos acompaña.


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